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Silencio de John Cage

Decía John Cage que sí, composición, interpretación y audición u observación son cosas realmente diferentes (Silencio, pg. 9, Árdora Ediciones, 2002). Entendida esta afirmación de una manera fuerte, podemos pensar que la música ha sufrido un proceso de fragmentación en el que los diferentes niveles que intervienen en la realización de la obra musical -compositor, intérprete y oyente- pierden el nexo que los une, que los comunica, y que hace del producto una obra total. En líneas generales, podemos también suponer que la historia de la modernidad es la historia de ese proceso de fragmentación que tiene su culminación en esta nuestra época. Bien es sabido que hoy domina la figura del experto, el experto director, el experto intérprete, el experto oyente. Más aún, entre los expertos directores podemos vislumbrar al experto en música barroca, al experto en las sinfonías beethovenianas, el experto en... Idénticos ejemplos encontraremos en los mundos de los intérpretes y de los oyentes.

Ejemplos de esta progresiva fragmentación nos sitúan en los albores de la música romántica decimonónica. Nace el director de orquesta, se desarrolla la figura del virtuoso solista y, sobre todo, aparece el oyente entendido que es capaz de sacar a la luz el mensaje que el compositor esconde en su propia obra, esa especie de librepensador a la caza de misterios ocultos.

Asumir esta lectura fuerte tienes sus problemas. Significa negar la posibilidad de comunicación, en cierto modo, de cualquier tipo de humanidad, de ética, de moral en definitiva. Por ejemplo, el compositor, eliminada esa relación con los demás, piénsese en la obligación de escribir para orquesta, por ejemplo, con sus instrumentos convencionales, termina por no encontrar sentido a esas normas que le vienen dadas por la tradición. Para él, son las cadenas que limitan toda creatividad. Nace, pues, la música experimental.

Fuera la tradición, nos queda una tabula rasa, un material en bruto. Es el sonido. Y el sonido en bruto es ese que no tiene ningún proposito. Para Cage, pues, en la música experimental "El sonido se hace valer". ¿Qué significa? Para empezar, significa que los ruidos son tan útiles para la nueva música como los llamados sonidos musicales, por la simple razón de que son sonidos (Op. cit. pg 68).

Esa necesidad de sonidos en bruto no es más que una renuncia al control de ellos. Renunciar al control para que los sonidos (no son hombres: son sonidos) significa, por ejemplo, que el director de una orquesta ya no es un policía. Es simplemente un indicador del tiempo -no en compases-, como un cronómetro (Op. Cit. Pg 72).

Posiblemente Cage se refiera a esto:



No nos engañemos. La misma renuncia a los sonidos significa la autodisolución del sujeto. En definitiva, los sonidos, queramos o no, no son más que sonidos humanos. El mismo ser humano, con su estructura auditiva, convierte en sonidos parte de la gran cantidad de vibraciones que andan dispersas en su alrededor (piénsese en los infrasonidos y los ultrasonidos). Es absurdo, pues, asignar al sonido un estatuto ontológico ajeno al hombre.

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