El culto a la persona es uno de los rasgos identificativos de la sociedad en la que estamos inmersos. Hoy, especialmente, el culto al atleta de élite es sin duda uno de los casos más paradigmáticos. Esta idolatría asume el carácter de admiración que, como forma de autoengaño que ve en el atleta cosas que del todo no le pertenecen, o sea, la completud ontológica, está encaminada a lograr un tipo de satisfacción y de felicidad.
Lo cierto es que, a través del ídolo, la masa -sé que el término políticamente correcto es el de afición- descubre la posibilidad de llevar a cabo parte de sus sueños. No hablamos, desde la vulgaridad, de la imperiosa necesidad de fama o dinero, sino de algo más sencillo, más humano, de la necesidad de ser reconocido, de la identidad, del ser alguien. Es así que podemos entender la idolatría como una forma de deseo de reconocimiento caracterizado por la pasividad. Yo me reconozco en el atleta, el cual es el encargado de someterse a una dura disciplina, lo admiro, le sigo, le vitoreo. ¿Y yo?, ¿cuál es mi lugar?, ¿seré capaz de dejar que otro labre-cultive mi identidad?
La masa, o la afición -como sugiere la corrección política-, adolece aquí de una falta de gallardía supina que se desenmascara cuando ese atleta tropieza "malamente". Es aquí cuando nos sentimos engañados, vilipendiados. ¡Se nos ha caído un mito!- vienen a decir. Pero, ¿nos es lícito sentirnos ultrajados? Por el interés te quiero, Andrés.
La masa, o la afición -como sugiere la corrección política-, adolece aquí de una falta de gallardía supina que se desenmascara cuando ese atleta tropieza "malamente". Es aquí cuando nos sentimos engañados, vilipendiados. ¡Se nos ha caído un mito!- vienen a decir. Pero, ¿nos es lícito sentirnos ultrajados? Por el interés te quiero, Andrés.
Comentarios
La comparativa, tan arraigada en el ser humano en lo cotidiano, a través de atributos tales como la clase social, hábitos culturales y de ocio, profesión ó cualificación académica, es del todo absurda vista con la subjetividad que a cada uno le plazca.
No hay dos personas iguales, con los mismos contextos socio-económicos, las mismas necesidades y las mismas limitaciones físicas, espirituales, conceptuales e intelectuales.
Desde este punto de vista no puede haber comparativa alguna entre dos sujetos que estén haciendo la misma actividad, así estén dentro de la misma estancia y en mesas anexas.
Y, por ende, si no hay cabida para la comparación, no la habrá para la rivalidad ni para la competencia.
LLegados a este punto, si no hay una competencia cuantificable y susceptible de comparación con terceros, la figura del ídolo deja de existir.
Las comparaciones son odiosas y los ídolos también.
Además, suelen tener los pies de barro.
Un abrazo!
Interesante el matiz que introduce José Oswaldo sobre la comparación. Lo he meditado muchas veces, pero nunca lo he puesto negro sobre blanco. Vamos a ensayarlo, pero déjame unas horas. Vuelvo sobre ello con más calma, Rafa. Si puedo lo incluyo para el PRONTUARIO…
Estoy terminando varios libros a la vez, quiero ponerme con la redacción de uno –ya te contaré- y sigo con el que tenía… No recuerdo qué te conté en la última.
Perdonad, pero ya voy… COMO SIEMPRE: demasiado deprisa.
Con afecto.
Un abrazo.