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Apuntes sobre el panorama musical de alrededor


APUNTES SOBRE EL PANORAMA MUSICAL DE ALREDEDOR

No fue el tirano el que hizo al esclavo, sino a la inversa, (…) porque la esencia del hombre es la pereza, y, con ella, el horror a la responsabilidad”.
Unamuno, Miguel (de), La agonía del cristianismo, Madrid: Alianza editorial, 1992. p. 37.

Desde el punto de vista ontológico, la pereza no se resume a una falta de ganas de trabajar en algo en concreto (no me apetece levantarme e ir a coger la aceituna). Es preciso situarla en referencia a la necesidad ontológica del hombre, necesidad de seguridad, de resguardarse del peligro, de no exhibirse ante los posibles depredadores, por eso Unamuno habla de “esencia del hombre”. Así, desde este punto de vista, la pereza no significa ser flojo para este trabajo o esta tarea, sino al querer estar todo el tiempo resguardado, situado en la seguridad de la ley. En este sentido, el sujeto perezoso hace un uso inapropiado de esa seguridad que le brinda la ley, un uso particular, lo que vengo en llamar como “apropiación del plusvalor de la ley”.

El sujeto, al apropiarse de ese plusvalor de la ley, lo que consigue es que ese plusvalor no revierta en la propia comunidad, aquella que había sido expropiada de su plusvalor (el plusvalor de la comunidad). Que la comunidad sea expropiada de su plusvalor es un hecho necesario (no hay transformación de la sociedad si ésta no se somete a esa pérdida), pero también tiene la necesidad de ser resarcido de esa pérdida. Así, la comunidad dona lo suyo, pero exige la misma reciprocidad a la ley. 
 
Cuando no se produce esta restitución del plusvalor se produce un desequilibrio estructural. La ley se embota de fuerza, de riqueza, mientras que la comunidad padece de raquitismo, pierde valor, se nivela. De lo que hablamos es de un fenómeno muy actual: no dudamos de que en la actualidad se nos inunda con nuevas leyes cada vez más particulares, con nuevas leyes que tratan de satisfacer las demandas de las minorías, del sujeto particular. El hecho es que, muy a pesar de estas “políticas”, somos conscientes de que en nuestra sociedad se caracteriza por su carácter nivelador, donde la “excelencia” pierde cada vez más terreno.

Si nos sumergimos en la organización musical de nuestro pueblo, vemos este hecho de manera clara. Las diferentes asociaciones musicales, todas ellas independientes, brindan la apariencia de una extensa y amplia oferta musical. Cualquier persona puede encontrar cabida en esos grupos. ¿Cualquier persona? No. Da la casualidad que un grupo de sujetos están privados de esa oferta en el preciso momento, momento subjetivo, de que se consideran sujetos creativos, inventivos, o sea, que tratan de hacer algo más, en cierto modo, “universal”. La nivelación, pues, entra en escena.

Y esta sería la grandeza de Kant, que vio con soberana claridad el cómo la particularización de la ley acarrea la reducción de los parámetros del libre juego de las facultades. No obstante, se puede jugar, sí, pero cada vez con más restricciones, con menos posibilidades, lo que conlleva una reducción clara de la creatividad, o sea, la aniquilación, el olvido, del sujeto creativo. Por eso, el imperativo kantiano, que no es más que una ley, una ley necesaria, tiene ese carácter tan universal, tan ajeno al mundo cotidiano.

Por lo que nos toca a nosotros, sujetos creativos que no somos músicos, sino que somos “la música”, y hablando a nivel estratégico, nos queda imponer, como sea, la idea, una idea muy general y que está más allá de las legalidades particularistas que dominan en nuestra escena musical. En este sentido, “ni nos movemos, ni respiramos”, porque la idea, nuestra idea, no sabe del mundo de la caverna, no sabe del espacio, ni del tiempo, no sabe de leyes particulares.

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